sábado, 4 de febrero de 2012

Mis escritos teatrales I

Hola, amigos!
¡Cuánto tiempo!
Apoyado en la entrada de mi amigo Juanito, Reescribiendo, quiero volver a comenzar a escribir cositas para todos vosotros.
Por ello, os quiero mostrar mis trabajos de Escritura Dramática II (http://alonsodelatorre.blogspot.com/) y de Dirección Escénica II de mi licenciatura de Dirección es la ESAD de Extremadura.
Para comenzar, os quiero mostrar un texto de un montaje teatral expuesto como trabajo de clase para la asignatura Dirección Escénica II y que estrené este jueves, 2 de Febrero de 2012, en la ESAD con la interpretación de Rubén Lanchazo, como HIJO, y la de Pedro Luis López, como PADRE, bajo mi Dirección y la colaboración de Reyes como Ayudante. Siendo el cometido de la Escena "La silla", como elemento de transformación escénica.
El texto se llama "La silla del zapatero" y sinceramente estoy muy orgulloso del resultado final, principalmente gracias a todo el equipo por el trabajo realizado. Espero que os guste.

La silla del zapatero. – Jesús Pablos Castañeda
Personajes
Padre - Crispín. Adulto, cincuenta años. Está viudo, sin trabajo y sin dinero. Es de altura media y moreno. Tiene un aspecto envejecido por el trabajo en la construcción, a lo que se ha dedicado los últimos años. Dejo el oficio de Zapatero de joven y se fue a Elche con su mujer a trabajar en una fábrica de Zapatos. Tiene un hijo que vive con él. Tras quedarse sin trabajo en la Construcción, tuvo que vender todas sus pertenecías y volverse a su pueblo que abandonó hace muchos años.

Hijo - Alejandro. Joven con veintidós años, soltero, alto, moreno, ambicioso e idealista. No conoce el oficio de Zapatero. Se ha dedicado los dos últimos años a la Construcción siendo un peón. Tenía un coche y una novia en Elche, pero al quedarse sin trabajo tuvo que vender su coche y ella le abandonó.

Escena
En el centro del escenario vemos una silla solitaria tumbada, llena de polvo y con nada alrededor, solamente ella, en penumbra. Entran en escena PADRE e HIJO.
PADRE.- ¡Por fin en casa!
HIJO.- ¡Qué frío! ¡Cuánto hará que no entra nadie en esta casa!
Se acerca a la ventana, al abrirla se ilumina la escena y ven la Silla.
PADRE.- Pero si es la silla de mi padre. (La levanta y la limpia. La sitúa en el centro de la escena.) ¡Cuantos años, por Dios! Mira, Alejandro, aquí tu abuelo se tiraba horas y horas remendando zapatos.
HIJO.- (Despistado mirando la casa) Ya.
PADRE.- (Sin dejar de mirar la silla como si estuviera el abuelo allí sentado) El pobre… ¡qué años! Lo que era Torrejoncillo y ahora… silencio, polvo y soledad. (Mira las paredes y señalando) Fíjate, en todas esas puntas el abuelo iba colgando los zapatos terminados, de todas las tallas y clases. Ahí las botas de campaña, allí los botines de señora, y aquí en filas las alpargatas, las zapatillas… todo el año, trabajo, trabajo, trabajo…
HIJO.- (Mirando la pared) Aquí hace falta una buena reforma, si las paredes están que se caen abajo, ¡vaya casucha!
PADRE.- (Volviendo a la silla) ¡Qué tiempos! En verano, cargábamos al burro Matías y nos recorríamos todas las ferias con tu abuelo, Coria, Jaraiz, Plasencia, Hervás, Trujillo, Ciudad Rodrigo, hasta íbamos a Portugal. Entonces si que había trabajo, no como ahora.
HIJO.- ¿Entonces porque hemos venido aquí? Si no hay trabajo.
PADRE.- Porque ya no nos queda otra cosa que esta casucha, como tú dices.
HIJO.- Eso ya lo se, no me lo recuerdes. ¿Por qué no vendes la casa y nos vamos a otro sitio con más futuro?
PADRE.- ¿Dónde? Si en Elche tuvimos que vender todo, si nos comían con tantas deudas, ya no queda nada, ni coches, ni pisos, ni un ahorro del que tirar. Si nos viera tu madre… la de ilusiones que se han perdido.
HIJO.- ¿Tú crees que esto va a ser diferente? Yo tengo un amigo en Madrid que sigue trabajando en una constructora, me ha dicho que puede que necesiten gente. Vendemos y nos vamos allí.
PADRE.- La construcción ya no es lo que era y menos en Madrid. Además esta casa no puedo venderla, es también del Tío Cosme. Él si que nos puede ayudar, él continúa con el taller del abuelo. Se realista y empieza desde aquí (señala la silla).
HIJO.- ¿Cómo? ¿Cosiendo suelas? ¿Pero tú has visto mis manos? (Las enseña).
PADRE.- Pues sí, hijo. Mira tu tío, trabaja en su casa, gana poco, pero lo suyo es suyo. (Nostálgico) Aquí había más de cuarenta talleres que hacían lo mismo que el abuelo en esa silla, eran artesanos que pulían, curtían los cueros, cosían las suelas, muchos años de trabajo, y por culpa de Franco se fueron a Elche. En buena hora, ahora allí cierran fábricas a patadas.
HIJO.- Mira, padre, yo me quiero ir a Madrid, aquí no pinto nada, seguro que allí encuentro trabajo.
PADRE.- Que no, Alejandro, desengáñate. Todos a la calle y en la construcción igual.
HIJO.- Pues no te quejes de ella, que han sido muchas horas de sol a sol y al final hemos vivido bien, esto es un bache que se supera. Volverá, seguro que volverá el trabajo, no como los zapateros, vaya mierda, ¿eso a dónde va? Si en los chinos cuestan los zapatos un euro.
PADRE.- No los menos precies, los zapatos de Torrejoncillo están hasta en la Cibeles, que lo se yo. Mi hermano hace zapatos hasta para canadienses. ¿Qué te crees? ¿Qué no es un buen oficio?, pues es muy digno. Si quieres trabajar, trabaja. Empieza desde cero, no tenemos nada, ni tu BMW, ni el Audi, ni nada, todo vendido, y encima te quejas del oficio de tu familia. Esta silla es mi pasado y será tu futuro. Mírate las manos, ¡míratelas! Esa es tu herencia. Si quieres podemos. Vamos a hablar con mi hermano y aunque sea empiezas engrasando las pieles. (Señala la silla) Empieza aquí de nuevo y si no quieres eso, no hay más, ni amigos, ni novias, ni coches, ni lujos, ni ostias, ya no hay nada, ¡nada! Así que siéntate y empieza.
HIJO.- Lo que tú quieras, pero yo prefiero hacer chapuzas, y meterme de nuevo en el oficio que sé, que es la construcción.
PADRE.- Sabes la cantidad de obreros que están en paro, en Coria han cerrado dos constructoras y en Cáceres están peor, quieres construir, pues hala, vete a Madrid con tu amigo, allí no hay futuro ya. Yo estoy cansado para seguir en las obras, este es mi oficio, lo he “mamao” de chico y tú lo aprenderás como lo aprendí yo.
HIJO.- No, padre. Yo en este pueblo no me quedo. Aguantaré pero mi vida no está aquí, yo valgo más que eso, yo no me veo con agujas ni tijeras. Lo mío es el pico y la pala, el cemento y la carretilla, no esa silla, que no sirve ni para leña en la lumbre. (El hijo sale y el padre queda mirando la silla, se sienta, cansado mira sus manos.)
PADRE.- Y pensar que en esta casa comían quince bocas y un burro, siempre trabajando, siempre ocupados, nunca un descanso, nunca un respiro. ¿Qué fue de aquellos años? ¿Qué fue de esas fiestas del patrón? ¿Qué fue de esos convites, esos bailes con las mozas del pueblo? ¿Dónde fue a parar todo ello? ¿Qué hicimos mal? Si mi Padre levantara la cabeza y me viera, ¡qué desgracia! ¿Cómo hemos podido llegar a esto? ¿Qué mal augurio nos han echado? (Desolado, sin fuerzas, cierra la ventana y sale de la escena. Queda la silla sola en penumbra)

FIN

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